Andréi Tarkovski sobre Vergüenza de Ingmar Bergman

Esculpir en el tiempo
Andrei Tarkovski

Fragmento de un capítulo del libro de Tarkovski donde comenta sobre la película de Bergman “Vergüenza”.

Lo que quiero decir se desprende de un estudio rápido de la película La vergüenza, de Ingmar Bergman. En toda la película no hay ni un solo «fragmento de actor», en que un actor interprete la idea del director, es decir, la idea de su carácter y de su relación con él, como si la viera desde la perspectiva de esa idea fundamental. Aquí, el actor está escondido detrás de una figura viva y se funde plenamente con ella. Los protagonistas de esa película son un juguete en manos de las circunstancias, de las que dependen plenamente…, y se comportan en consonancia. No intentan transmitirnos ni una idea ni conclusiones de los hechos, todo esto lo dejan en manos de la película en su totalidad y de la idea del director. Y esa misión la cumplen de manera extraordinaria. De todas aquellas personas nunca se puede decir quién es realmente «bueno» y quién «malo». Por ejemplo, yo nunca podría decir que Max von Sydow es una mala persona. Allí, todos son en parte buenos y en parte malos. A nadie se condena en esa película, porque los actores interpretan sus papeles sin siquiera una idea de tendenciosidad. Y es porque el director utiliza las circunstancias externas para estudiar cómo reacciona el hombre ante situaciones extremas, cuando se cuestionan todos los valores éticos. Es decir, el director no los utiliza para ilustrar una idea ya concebida.

Basta con estudiar el papel de Max von Sydow, tan fantásticamente interpretado. Es una persona excelente. Un músico suave y sensible. Aparentemente es un cobarde. Pero no toda persona audaz tiene que ser buena, y no todo cobarde tiene que ser de forma natural un malvado. No hay duda de que el protagonista de La vergüenza, de Bergman, es un hombre pusilánime. Su mujer es mucho más fuerte; ella le presta también las fuerzas para superar su miedo. Pero todo eso no basta. Él sufre por su propia debilidad, por su vulnerabilidad y su falta de resistencia. Por eso intenta esconderse, desaparecer en una esquina, no ver ni oír nada. Y lo hace como un niño, ingenuamente, con absoluta sinceridad. Pero cuando la vida le obliga a defenderse, se convierte de inmediato en un canalla. Pierde lo mejor que tenía, pero todo el dramatismo y el absurdo de la situación consiste en que, gracias a su nueva cualidad, pasa a ser alguien importante para su mujer. Ella, que hasta entonces le había despreciado, le necesita y busca en él protección y salvación. Y sigue arrastrándose tras él, incluso cuando éste la ha abofeteado y echado. Se vislumbra aquí la vieja idea de la pasividad de lo bueno y la actividad de lo malo. Pero, ¡con qué complejidad se expresa! Aquel hombre, incapaz en un principio de matar una mosca, se convierte en un cínico en cuanto ha descubierto un método de autoafirmación. Hay en este personaje algo de Hamlet.

Pues, en mi opinión, el príncipe de Dinamarca no se hunde después del duelo, donde tiene lugar su muerte física. Sucede más bien después de la «ratonera», donde se da cuenta de que la inexorabilidad de las leyes de vida, a él, al humanista, al intelectual, le obligan a actuar igual que aquella indigna criatura encerrada en Elsinore. También aquel individuo sombrío al que da vida Max von Sydow pierde todos los escrúpulos: es un asesino y no mueve un dedo para salvar al prójimo. Actúa ya tan sólo para su propio bien y provecho. Hay que ser una persona muy recta para sentir miedo y pavor ante la sucia necesidad del asesinato. Si una persona pierde ese miedo, se convierte en una persona «valiente» y pierde también su espiritualidad, su sinceridad intelectual y su inocencia. De manera especial la guerra desata en el hombre con meridiana claridad fuerzas crueles, antihumanas. En la película de Bergman la guerra se convierte en un fenómeno que nos desvela la visión del hombre que tiene el director, con la misma claridad que la enfermedad de la protagonista en su película Como en un espejo.

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